Desde aquel entonces se rompieron muchas lanzas
en los debates acerca de los resultados de esa campaña, pero la mayoría
de los expertos coincide en catalogarla como la más grande y, tal vez
por ello, también la más contradictoria de las acciones políticas
externas de la Unión Soviética, después de la Segunda Guerra Mundial.
El
último soldado soviético salió del territorio afgano el 15 de febrero
de 1989. La retirada fue dirigida por el teniente general Borís Grómov,
legendario comandante del 40° Ejército, unidad básica de la limitada
presencia militar soviética en Afganistán. Fue una operación excelente.
Actualmente, los militares estadounidenses tratan de aprovechar aquella
experiencia soviética para concluir con decencia su propia estancia en
Afganistán, una ocupación de muchos años que, a la larga, resultó
prácticamente inútil. El destacado experto del Centro de Estudios
Afganos, Nikita Mendkóvich, indica:
–EEUU
deberá utilizar, principalmente, los medios de transporte
intercontinentales para evacuar a sus militares a otras regiones y otro
continente. La operación soviética fue básicamente terrestre. Las tropas
salieron por tierra a través de Asia Central. La seguridad es el
problema más importante en ese tipo de maniobras. Una masa enorme de
soldados y equipos se desplaza por las carreteras. Es necesario
protegerla de posibles ataques y bombardeos. Hay varias opciones para
hacerlo: reforzar las guarniciones locales, para que protejan con más
eficacia las tropas en retirada; o ponerse de acuerdo con el enemigo,
convenciéndolo de que no le conviene atacar a las tropas que se van.
Entre
las campañas soviética y estadounidense en Afganistán hay no solo
paralelos, sino también muchas diferencias. La más importante es que la
Unión Soviética logró su cometido, y EEUU, aún no. La presencia limitada
de tropas soviéticas en Afganistán tenía por objeto ayudar al Gobierno
afgano a normalizar la situación política interna, primero, y segundo,
prevenir la agresión foránea. Ambas tareas se cumplieron completamente.
La
jefatura soviética de aquellos tiempos no podía permitir que la
Revolución de Abril en Afganistán fracasara, por razones tanto
ideológicas, como geopolíticas. De ahí, su actitud ante el conflicto
afgano. El director de la revista Defensa nacional, Ígor Korótchenko, señala:
–La
campaña de Afganistán era prácticamente inevitable desde el punto de
vista de los intereses nacionales y la necesidad de defenderlos. Pero
los afganos recuerdan hoy con nostalgia a los shuraví (soviéticos, en
afgano). Incluso los excomandantes de campo hablan con afecto de la
antigua Unión Soviética y sus militares. No éramos invasores, queríamos
edificar un nuevo Afganistán. Abríamos túneles, manteníamos el
suministro de agua, plantábamos árboles y construíamos escuelas,
hospitales y fábricas. De hecho, estábamos cumpliendo con nuestro deber
internacional. Fue una gran proeza. Nos fuimos dejando a Najibullah con
un fuerte ejército propio. Durante un año o año y medio logró controlar
la situación en el país. Solo al quedarse sin la ayuda técnico-material
soviética, perdió el poder. El actual régimen de Karzai es mucho más
vulnerable y no duraría tanto. Es un fantasma. Y no creo que EEUU se
vaya de Afganistán con la cabeza en alto y tan airoso como nosotros.
Muchos
expertos estiman que, a pesar de su dramatismo y aparente
irracionalidad, la campaña soviética en Afganistán predeterminó, en gran
medida, la optimización de la política exterior de la nueva Rusia. Hoy
en día, Moscú tiene claro que la armas no solucionan los problemas
políticos y que solamente un acuerdo de compromiso puede dar solución a
la crisis. En el ámbito internacional, trata de transmitirlo a los demás
jugadores geopolíticos, porque esta es la lección fundamental de la
experiencia militar soviética en Afganistán.
La voz de Rusia
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