Si juzgamos la situación en Ucrania a través del prisma de la prensa europea da la impresión de que la mayor incertidumbre de la próxima votación no será a quién elegirán los ciudadanos a la Rada Suprema (Parlamento), sino al hecho de si Occidente reconocerá o no los resultados de las elecciones.
Desde el punto de vista de un
periodista occidental común y corriente, los comicios no pueden ser
declarados democráticos, porque en ellos no participa la exprimera
ministra Yulia Timoshenko, que se convirtió en el símbolo de la “joven
democracia ucraniana”, pero, desde el punto de vista de los políticos
europeos, la situación puede ser diferente.
Durante
la campaña electoral, la hija de Yulia Timoshenko visitó muchas
capitales europeas y en todas partes recibió promesas públicas, que, sin
embargo, no tuvieron ningún tipo de consecuencias serias para Kiev. En
el reciente Congreso del Partido Popular Europeo, Evguenia Timoshenko
fue la verdadera estrella del evento y se mereció un encuentro con el
presidente de Rumania, Traian Băsescu, quien le
expresó su compasión y le prometió todo el respaldo posible, sin
precisar cómo se manifestará ese respaldo. La hija de la exprimera
ministra ucraniana declaró que en Bucarest había percibido la “atmósfera
de libertad”, afirmación bastante irónica si se tiene en cuenta que el
principal rival político de Traian Băsescu, el exprimer ministro Adrian Nastase permanece en prisión.
El
reciente arresto de Leonid Razvozzháyev dio a los políticos y a la
prensa europeos un nuevo motivo para criticar a Kiev. En el vendaval de
declaraciones y artículos airados se hace difícil comprender de qué se
acusa concretamente a los servicios secretos ucranianos, pero se perfila
con toda nitidez la idea de que la culpa de todo la tiene de nuevo el
Gobierno, que no protegió al “luchador por la libertad” ante los
organismos rusos de seguridad. Resulta muy curioso observar la
indignación de algunas estructuras europeas, que durante muchos años
obstinadamente no notaron las cárceles secretas de la CIA en países
europeos. Pese a la esperada rigurosa reacción internacional, cabe
suponer que en el silencio de los despechos de Bruselas, algunos
dirigentes de la Unión Europea sueñan con que el “problema de
Razvozzháyev” simplemente no existe.
Los gestos
simbólicos de falta de respeto por parte de la UE o de algunos políticos
europeos concretos son, sin duda, muy desagradables para Víctor
Yanukóvich y su equipo, aunque de momento no se trata de ningún tipo de
sanciones económicas y políticas. Una de las causas, diríamos, de tal
inconsecuencia de Occidente consiste en que no existen premisas para una
nueva “revolución naranja” en Ucrania, o sea que Occidente tendrá que
vérselas con Víctor Yanukóvich, a quien habrá que estimular para que
opte por el “rumbo europeo” para Ucrania. En ello estriba el dilema de
reconocer o no reconocer los resultados de las elecciones. Si se
presiona demasiado sobre Kiev, se producirá una reorientación total y
definitiva de las prioridades geoestratégicas de Ucrania, de Occidente a
Oriente, a la vez que la perspectiva del ingreso de Ucrania en la Unión
Aduanera y la posterior integración euroasiática parecen ser una
verdadera pesadilla para muchos políticos europeos. Por otra parte, la
experiencia demuestra que los intentos de los políticos occidentales de
provocar de alguna manera a Víctor Yanukóvich a una ruptura definitiva y
decidida con Rusia no dieron resultados positivos. Algunos sondeos de
opinión prueban que el electorado potencial del Partido de las Regiones
confía en Vladímir Putin más que en Víctor Yanukóvich o en el propio
Partido de las Regiones, y semejante estado de cosas restringe
notablemente la “libertad de maniobra política” de Kiev. Desde el punto
de vista de Occidente, la situación en Ucrania presenta algunos otros
aspectos muy incómodos. Yulia Timoshenko no es Hosni Mubarak y Occidente
no puede permitirse el lujo de no prestarle apoyo, lo que, por su
parte, dificulta cualquier tentativa de alcanzar un acuerdo con el
actual Gobierno ucraniano. Las tentativas de crear y respaldar a alguna
nueva fuerza opositora por ahora no se vieron coronadas con el éxito.
Tampoco se consiguió encontrar un nuevo símbolo para la oposición
pro-occidental. Vitali Klichkó no tiene suficiente carisma ni
experiencia política. De Arseni Yatseniuk no se logró hacer un “líder
para la clase media”. Y, por último, simplemente no se encontró a otros
postulantes serios al papel de figura unificadora de la oposición
pro-occidental ucraniana. En este contexto, Occidente está obligado a
aceptar el hecho de que la correlación de fuerzas en la nueva Rada
Suprema no se diferenciará radicalmente de la actual.
La voz de Rusia
No hay comentarios:
Publicar un comentario