domingo, 28 de octubre de 2012

Las elecciones ucranianas y el dilema de Occidente

Si juzgamos la situación en Ucrania a través del prisma de la prensa europea da la impresión de que la mayor incertidumbre de la próxima votación no será a quién elegirán los ciudadanos a la Rada Suprema (Parlamento), sino al hecho de si Occidente reconocerá o no  los resultados de las elecciones.

Desde el punto de vista de un periodista occidental común y corriente, los comicios no pueden ser declarados democráticos, porque en ellos no participa la exprimera ministra Yulia Timoshenko, que se convirtió en el símbolo de la “joven democracia ucraniana”, pero, desde el punto de vista de los políticos europeos, la situación puede ser diferente.

Durante la campaña electoral, la hija de Yulia Timoshenko visitó muchas capitales europeas y en todas partes recibió promesas públicas, que, sin embargo, no tuvieron ningún tipo de consecuencias serias para Kiev. En el reciente Congreso del Partido Popular Europeo, Evguenia Timoshenko fue la verdadera estrella del evento y se mereció un encuentro con el presidente de Rumania, Traian Băsescu, quien le expresó su compasión y le prometió todo el respaldo posible, sin precisar cómo se manifestará ese respaldo. La hija de la exprimera ministra ucraniana declaró que en Bucarest había percibido la “atmósfera de libertad”, afirmación bastante irónica si se tiene en cuenta que el principal rival político de Traian Băsescu, el exprimer ministro Adrian Nastase permanece en prisión.

El reciente arresto de Leonid Razvozzháyev dio a los políticos y a la prensa europeos un nuevo motivo para criticar a Kiev. En el vendaval de declaraciones y artículos airados se hace difícil comprender de qué se acusa concretamente a los servicios secretos ucranianos, pero se perfila con toda nitidez la idea de que la culpa de todo la tiene de nuevo el Gobierno, que no protegió al “luchador por la libertad” ante los organismos rusos de seguridad. Resulta muy curioso observar la indignación de algunas estructuras europeas, que durante muchos años obstinadamente no notaron las cárceles secretas de la CIA en países europeos. Pese a la esperada rigurosa reacción internacional, cabe suponer que en el silencio de los despechos de Bruselas, algunos dirigentes de la Unión Europea sueñan con que el “problema de Razvozzháyev” simplemente no existe.

Los gestos simbólicos de falta de respeto por parte de la UE o de algunos políticos europeos concretos son, sin duda, muy desagradables para Víctor Yanukóvich y su equipo, aunque de momento no se trata de ningún tipo de sanciones económicas y políticas. Una de las causas, diríamos, de tal inconsecuencia de Occidente consiste en que no existen premisas para una nueva “revolución naranja” en Ucrania, o sea que Occidente tendrá que vérselas con Víctor Yanukóvich, a quien habrá que estimular para que opte por el “rumbo europeo” para Ucrania. En ello estriba el dilema de reconocer o no reconocer los resultados de las elecciones. Si se presiona demasiado sobre Kiev, se producirá una reorientación total y definitiva de las prioridades geoestratégicas de Ucrania, de Occidente a Oriente, a la vez que la perspectiva del ingreso de Ucrania en la Unión Aduanera y la posterior integración euroasiática parecen ser una verdadera pesadilla para muchos políticos europeos. Por otra parte, la experiencia demuestra que los intentos de los políticos occidentales de provocar de alguna manera a Víctor Yanukóvich a una ruptura definitiva y decidida con Rusia no dieron resultados positivos. Algunos sondeos de opinión prueban que el electorado potencial del Partido de las Regiones confía en Vladímir Putin más que en Víctor Yanukóvich o en el propio Partido de las Regiones, y semejante estado de cosas restringe notablemente la “libertad de maniobra política” de Kiev. Desde el punto de vista de Occidente, la situación en Ucrania presenta algunos otros aspectos muy incómodos. Yulia Timoshenko no es Hosni Mubarak y Occidente no puede permitirse el lujo de no prestarle apoyo, lo que, por su parte, dificulta cualquier tentativa de alcanzar un acuerdo con el actual Gobierno ucraniano. Las tentativas de crear y respaldar a alguna nueva fuerza opositora por ahora no se vieron coronadas con el éxito. Tampoco se consiguió encontrar un nuevo símbolo para la oposición pro-occidental. Vitali Klichkó no tiene suficiente carisma ni experiencia política. De Arseni Yatseniuk no se logró hacer un “líder para la clase media”. Y, por último, simplemente no se encontró a otros postulantes serios al papel de figura unificadora de la oposición pro-occidental ucraniana. En este contexto, Occidente está obligado a aceptar el hecho de que la correlación de fuerzas en la nueva Rada Suprema no se diferenciará radicalmente de la actual.





La voz de Rusia

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