A finales de agosto pasado, cerca de la frontera con Rusia, Georgia concluyó un operativo lanzado contra un grupo armado en el que murieron doce insurgentes y tres agentes de sus fuerzas especiales.
La cartera del Interior de ese
país informó que los hombres armados, que al parecer varios días antes
del operativo tuvieron como rehenes a una decena de personas, se
infiltraron en el territorio georgiano desde la república rusa de
Daguestán.
El presidente de Georgia, Mijaíl
Saakashvili, calificó la infiltración como una provocación por parte de
Rusia, cuyas autoridades restaron importancia a la situación generada en
torno a este hecho, puesto que no es la primera vez que la parte
georgiana informa de tales incidentes entre ambos países, que nunca han
ratificado sus fronteras.
Al igual que el candidato a
la presidencia de EEUU por el Partido Republicano, Mitt Romney, que
califica a Rusia de “enemigo geopolítico número uno”, Saakashvili
utiliza también el asunto del país euroasiático con fines políticos,
pues no hay que olvidar que en Georgia tendrán lugar elecciones
parlamentarias.
El mandatario georgiano ya no sabe
qué inventar para ganarse los votos en las legislativas que tendrán
lugar en su país el 1 de octubre próximo. Según el Instituto Nacional
Democrático de EEUU (NDI), solo el 36 % de los encuestados está
dispuesto a votar por el partido gobernante Movimiento Único Nacional,
una cifra que tiende a caer.
Al respecto, cabe
señalar que el próximo año Georgia cambiará su estatus de república
presidencial al de parlamentaria, por lo que Saakashvili necesita salir
ganador en las próximas elecciones para mantener el poder en calidad de
primer ministro.
Ahora, con el fin de ganar la
mayoría de los sufragios, el presidente georgiano se esfuerza por hacer
que Rusia sea vista a nivel nacional e internacional como un país
agresivo del que hay que proteger a la población georgiana; y por
mostrar que sus Fuerzas Armadas están “preparadas para combatirlo” y
como ejemplo de esto cita cómicamente el operativo mencionado.
Saakashvili
se equivoca si piensa que la población georgiana no sacó conclusiones
tras la pérdida absoluta de una “parte de su territorio” como
consecuencia de la aventura bélica y genocida que el mismo mandatario
georgiano emprendió hace cuatro años para “recuperar” Osetia del Sur.
Los
georgianos recordarán siempre que esa empresa descabellada que
Saakashavili puso en marcha el 8 de agosto de 2008, durante los JJOO en
Pekín, obligó a Rusia a imponer la paz en esa región del Cáucaso Sur y
reconocer oficialmente, junto con varios países, a Osetia del Sur y a
Abjasia como nuevos Estados de la comunidad internacional.
Para
precisar, Osetia del Sur y Abjasia son repúblicas limítrofes con Rusia
las cuales, tras la desintegración de la Unión Soviética, en 1991
proclamaron su independencia de Georgia. Desde entonces eran
consideradas repúblicas autónomas en el seno de ese país.
Tras
la expulsión de las tropas georgianas del territorio suroseta, se
percibió también con claridad que Occidente y EEUU no estaban dispuestos
a entrar en un conflicto militar con Rusia por Georgia. Esto hizo que
Saakashvili reorientase su política hacia el restablecimiento de lo
“destruido”, aprovechando las consignas democráticas para mantener la
atención y obtener de Occidente los recursos financieros que a la postre
superaron lo concedido en los quince años anteriores.
Esa
reorientación política, que inicialmente dio resultados, consiste en
una reforma basada en el modelo de una dictadura tras convertirse el
Ministerio del Interior de Georgia en un poderoso aparato de represión
dotado de competencias inexorables. Así, ahora el Estado policial
georgiano controla todo absolutamente. La nueva política induce a que la
población georgiana olvide su pasado y su cultura; a que renuncie a sus
tradiciones. También destruye su psicología y cambia su mentalidad
orientándola hacia una que le es ajena. Solo así se logrará la
transformación “normal” de Georgia, según Saakashvili, para que luego
pueda con facilidad incorporarse a la comunidad europea.
En
rechazo a la dictadura impuesta en Georgia, Bidzina Ivanishvili hace su
aparición en el escenario político del país. Goza no solo de ingentes
recursos financieros, sino también de una inmaculada reputación.
Ivanishvili inspiró a los desmoralizados y desunidos detractores de la
política de Saakashvili y los reunió en la coalición opositora
denominada El Sueño Georgiano, la cual cobra más fuerza día a día.
Las
violaciones de los Derechos Humanos en Georgia, denunciadas este año
por la organización Rights Watch, con sede en EEUU, se suman al
descontento de la población por la pérdida de las dos repúblicas, a la
intensificación de esta dictadura del Gobierno georgiano y al
fortalecimiento de la oposición en el país, lo que en conjunto resta aun
más las probabilidades de que Saakashvili salga victorioso en las
elecciones parlamentarias.
En esas circunstancias no
tiene sentido que el presidente Mijaíl Saakashvili haga declaraciones
revanchistas, uno de los pilares de su campaña electoral, como las que
hizo un día antes del cuarto aniversario de la agresión militar
georgiana contra el pueblo suroseta diciendo que recuperará lo que
denominó “territorios perdidos” o que “Georgia seguirá adiestrando allí
[en Afganistán] a sus efectivos, que necesitan instrucción de combate”,
pues un Ejército fuerte es inconcebible sin “una guerra activa”.
Una
nueva aventura bélica contra Osetia del Sur y Abjasia estará condenada
al fracaso porque, además de que las condiciones son más desfavorables
que en la agresión anterior, Rusia no se quedará con los brazos
cruzados. Ni Occidente ni EEUU se arriesgará a entrar en conflicto a
gran escala con el país euroasiático por un presidente que ni siquiera
cuenta con respaldo en el interior de su país. Y eso pese a que desde el
punto de vista geopolítico Georgia es importante para ellos, razón por
la que siempre han tratado de tener en él un aliado seguro y un
contrapeso a la influencia rusa en la región caucásica.
La voz de Rusia
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